En Twitter arde el hashtag #spanishrevolution. A nivel mundial. Ayer fue la #15mani. Mientras, en el mundo real, decenas de miles de ciudadanos de todos los colores se manifestaron en 60 convocatorias simultáneas en todo el país, convocados a través de las redes sociales. Un hecho sin precedentes e histórico a todas luces. Los cuatro gatos se han convertido en miles, muchos miles, y todavía no se enteran.
No se enteran los medios de comunicación, acurrucados en un supuesto cuarto poder que ya no les pertenece, no porque no sea el cuarto, sino porque su poder es ninguno. O, mejor dicho, es el mismo que los otros tres. Y no se enteran los políticos, que siguen concentrados en sus mítines, llenos de decibelios y votos seguros del militante gritón mientras, al otro lado, la inmensa mayoría de los ciudadanos muestra cada día su desarraigo hacia una partitocracia que está acabando con la imagen de la Política de verdad.
Ni eran ninis, ni eran parados, ni eran antisistema. Los protagonistas de las manifestaciones de ayer era gente de todo tipo. Eran estudiantes, trabajadores, directivos, empresarios, jóvenes, adultos, niños y ancianos. Eran ciudadanos cansados, hartos de pagar el pato por lo que hacen otros que, para mayor choteo, son los que mejor parados están saliendo de una crisis provocada, consentida o auspiciada, según el caso, por ellos mismos. Las manifestaciones fueron un grito para el restablecimiento de valores fundamentales de nuestra democracia que el ‘mercado’ nos está robando a golpe de informe marco, de rating y de rescate, tratando de convencernos de que el mejor camino para salir de la crisis es tomar con más brío el mismo que nos llevó a ella. El Estado del Bienestar se ata los machos al tiempo que los bancos y las grandes corporaciones despliegan velas hacia un El Dorado construido con nuestros arrebatados derechos.
El resto (o sea, miles de millones de personas) muestran cada día, de una forma u otra, su indignación, y en algunos casos, como el de España ayer, se muestra de cuerpo presente en las calles, para que la escuchen. Pero los políticos cierran los ojos para no escuchar, craso error no sólo por lo absurdo del movimiento, sino porque el ruido es tan ensordecedor que no van a tener más remedio que prestarle atención: al otro lado del megáfono están quienes les dan sus votos. Gente que les pide que reconsideren su posición, que cambien. Que recuerden que se deben a ellos, a los ciudadanos.
Mientras tanto, los medios continúan con su habitual miopía. Ayer, aunque llegaron, lo hicieron tarde. Pretendían silenciar una movilización sin caer en la cuenta, una vez más, de que en la era de las redes sociales ya no se puede silenciar nada ni a nadie. Así que recogieron lo que pudieron, sin mucho empeño (no hay más que leer algunas crónicas en la prensa o ver algunos reportajes de radio y tv) y sin enterarse de nada. Su lentitud, su alejamiento de la realidad y su distanciamiento con la sociedad a la que debían servir les convierten, de nuevo, en carne de cañón, ganándose a pulso el descrédito a base de un vomitivo servilismo político y de un menosprecio constante a todo lo que no venga de una fuente oficial. Mal camino ese, porque su futuro está precisamente en las manos de quienes llaman peyorativamente ninis o antisistema. De quienes han visto, de nuevo, la enorme diferencia entre lo que vivieron y lo que publican los medios.
¿Y ahora, qué? Todavía hay quien piensa que esto pasará. Que ha sido flor de un día. Que todo volverá a ser como siempre. Pobres. No comprenden aún que esta movilización supone que la sociedad civil es consciente, por primera vez en mucho tiempo, de su fortaleza, ni que los internautas son, como se sospechaba, personas con pies, con brazos y con muy buenas gargantas. La ciudadanía exige que se le permita participar, que se le escuche. Porque la democracia es mucho más que dos o tres partidos políticos a los que votar. Gritan que el mundo ha cambiado.
Puede que esta semana no pase nada, ni la siguiente. Puede que hayan de pasar aún muchas más cosas para que los políticos reaccionen. Pasarán. El 15M ha sido solo el comienzo de un gran cambio que se producirá, simplemente, porque tiene que producirse. Porque la política no puede permitirse el lujo de desprestigiarse más. Ni a ella misma ni a nuestra democracia. Tan joven y tan vieja.