Periodismo

Vamos a comprar mentiras

– ¿Quiené l’úrtimo?

– Yo mihmo, señora.

(pausa)

– ¿Y qué va comprá, si noh mucho preguntá?

– Po mire, cuarto y mitá de verdade.

– Uyyy, con lo caro quehtá eso..

– Qué va, señora. Eso era ante, ara la verdá está mu barata.

Cualquier día la regalan, como el perejil.

Realmente, la verdad es un concepto demasiado abstracto, casi ni llega a ser real. Si no me creéis, mirad lo que dice la RAE al respecto.  La mentira, sin embargo, es algo bastante más tangible: “Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”.  Más claro, agua.

Pues sabed que los medios mienten.

Deliberadamente, además. Porque sí. Y si no mienten en todo, mienten en parte (lo que viene a ser manipular). Pero mienten. Y si miente la ‘prensa’ es porque mienten los periodistas. Antaño podía ser un problema. Un editor serio te podía largar a las primeras de cambio por esta razón. Hoy no. Hoy la promueven e incentivan porque la mentira es rentable.

La actual crisis económica, muy dura, está pasando factura al derecho constitucional de los españoles a estar informados. Me explico: Los medios independientes están luchando contra un doble enemigo. De un lado, unos mermados ingresos publicitarios, un continuado descenso del número de lectores y por supuesto la competencia propia de un mercado libre. De otro, deben enfrentarse a unos competidores ‘subvencionados’ por la administración de turno, capaces de vender la verdad a un precio módico, que para colmo sale del dinero público (el de todos) y que, como era previsible, han terminado por desvirtuar el mercado de la prensa.

A los medios serios les queda poco que hacer. Atados de pies y manos, su salida es por ahora más o menos digna: asumir que hay quien cree que la mentira se puede comprar y negarse al chantaje continuado a costa de puestos de trabajo y una facturación bajo mínimos. Pero es posible que llegue un momento en que los editores decidan que no pueden más, que es imposible competir y que hay que aceptar el soborno y terminar vendiendo la verdad.

De esta guisa nos vemos. Medios y ciudadanos, con  la Democracia perdiendo por 5-0, asumimos que no hay remontada posible y tiramos la toalla. Pero no podemos vender la piel tan barata. Es hora de que ambas caras de la moneda pongamos pie en pared y tomemos medidas.

La Ley 6/2005, de 8 de abril, Reguladora de la Actividad Publicitaria de las Administraciones Públicas de Andalucía, debería establecer las reglas por las cuales los gobiernos (Junta de Andalucía, diputaciones, ayuntamientos…) no pueden insertar publicidad -o, lo que es lo mismo, dinero en las cuentas de los medios de comunicación- de forma arbitraria, garantizando así la imposibilidad de comprar la mentira. Sin embargo, la propia Ley dice en su artículo 5, ‘Criterios de Contratación’, apartado 4, que“en los pliegos para los contratos publicitarios (…) se tendrán en cuenta los datos o índices comparativos, precisos y fiables, sobre difusión y audiencia, frecuencia y coste por impacto útil”. No esperéis más, porque no hay: El “se tendrán en cuenta” es la expresión-coladero por el que los políticos nos la han metido. Es posible, por tanto, justificar sin ningún dato objetivo ni fiscalizable cualquier gasto publicitario en cualquier medio, cualquier arbitrariedad. Se autoriza la compra de mentiras.

Los editores independientes deben ser los primeros en reaccionar. Todos, sean del color que sean, tienen el mismo problema y la misma responsabilidad. El problema ya lo conocemos. Su responsabilidad ante la sociedad es la de ser garantes de la libertad de prensa. Deben asumir el compromiso que adquirieron cuando fundaron o invirtieron en su periódico, su radio, su cadena de televisión o su página web. Están en peligro derechos constitucionales y su propia existencia como empresas.

Los ciudadanos, por nuestra parte, tenemos más argumentos que el voto, que también. En este enlace tenéis, uno a uno, acceso a la dirección de correo electrónico de todos los parlamentarios andaluces. Tenemos la posibilidad de dirigirnos a los legisladores para decirles lo que queramos (siempre con educación y respeto, por supuesto). No olvidéis que, aunque pocos de ellos lo asuman, son nuestros representantes. Pedidles cambios. Que no jueguen con nuestra libertad ni con nuestro dinero.

Está en nuestra mano.

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