En algunas ocasiones tengo la tremenda suerte de participar en actividades en la clase de mi hijo Jaime. 25 niños de 4 años. Ya lo imaginaréis: una locura absoluta, pero divertidísima (una vez pasado el shock postraumático), que intento repetir siempre que puedo. La última fue esta semana, y consistía en colorear y recortar unas marionetas e inventar una historia con ellas. Casualmente me tocó esa actividad, y no otra. Y, casualmente (ella no conoce mis antecedentes de escritor de tres al cuarto), la ‘seño’ me pidió que tomara notas de lo que iba contando cada niño para, pasados los veintitantos, intentar encajarlo todo en un solo cuento y escribirlo. Opté por que cada mesa fuera dándome detalles de la historia: los nombres de los personajes, lo que sentía cada uno, lo que decían, las situaciones por las que iban pasando, y al final salió esto que, ahí abajo, veis en cursiva. Entenderéis que no haya metáforas ni juegos de palabras ni otros malabares. Tienen 4 años.
Esta es la historia de Cascarón, realizada por los alumnos de segundo de Infantil A del Colegio Molière.
Había una vez, hace mucho mucho tiempo, en un reino muy muy lejano, un niño juguetón y divertido al que llamaban Cascarón.
Como muchos niños campesinos de su reino, Cascarón era muy pobre, y aunque se crió solito porque no tenía padres, siempre consiguió ganarse unas monedas trabajando como bufón.
Todos reían, bailaban y cantaban de lo lindo cuando llamaban a Cascarón, y pronto su fama se extendió por todo el reino.
Un día, el rey Cacote y la reina Cacota decidieron llamar a Cascarón para que les hiciera de bufón durante un rato.
– Señor Cascarón -dijo la reina Cacota-, nos gustaría que nos divirtiera un rato. En este castillo tan tan grande nos aburrimos muchísimo.
– Es cierto -añadió el rey Cacote-. Y eso que todos los días intentamos jugar a un montón de cosas: que si el escondite, que si el pilla pilla… Pero claro, hacer siempre lo mismo es muuuuy aburrido.
– Pero, ¿no tenéis bufones y mayordomos? ¿Dónde están vuestras doncellas y caballeros? -Preguntó Cascarón, a lo que la reina Cacota contestó:
– Querido, siempre están ocupados con su trabajo, sus bordados y sus guerras y torneos. Y encima -se entristeció la reina-no tuvimos hijos con los que alegrar nuestro castillo.
– No os preocupéis, señores. Nos lo pasaremos muy bien hoy, ya veréis -dijo Cascarón.
Y así fue. Durante mucho rato, los reyes Cacota y Cacote no pararon de reír y de cantar con el bufón. Escucharon sus chistes, bailaron sus canciones, jugaron a sus juegos, tocaron música, hicieron teatro… Los reyes no volvieron a aburrirse hasta por lo menos siete días después. Entonces, como estaban aburridos de nuevo, volvieron a llamar a Cascarón. Y así fue una vez, y otra y otra, hasta que Cascarón empezó a ir cada día al castillo a divertirlos con sus historias y juegos.
Pronto, los reyes Cacote y Cacota deseaban cada tarde que llegara el día siguiente para poder estar de nuevo con el bufón Cascarón. Hasta que un día decidieron pedirle que se quedara a vivir con ellos en el castillo para ser tratado no como un buzón, sino como un hijo. Cascarón, que también disfrutaba mucho en compañía de los reyes, aceptó encantado.
Y desde entonces no hubo un solo día triste o aburrido en aquel castillo.