Corren malos tiempos para el periodismo, y los importantes problemas económicos de las empresas son sólo la punta del iceberg. Las nuevas tecnologías las han sobrepasado. Desubicadas, van de un lado a otro como pollo sin cabeza, sin saber muy bien a dónde. Algunas ni lo intentan y simplemente esperan la muerte por inanición, pero la mayoría sigue, a trompicones y a golpe de subvención oficiosa. La ley de la oferta y la demanda no cabe en el mundo de la prensa. Sigue un camino muy diferente a la economía de mercado: tanto digo, tanto valgo. Por eso la objetividad no existe. No os dejéis engañar.
Realmente nunca ha existido. Desde las ‘hojas de avisos’ del XVI, que por entonces subvencionaban los ayuntamientos para contar lo que les daba la gana, hasta Público o La Gaceta, la prensa española ha sido históricamente una prensa de partidos, un periodismo politizado, en muchos casos enfrentado, y siempre se han considerado abanderados de la ‘pluralidad’ informativa. Las Cortes de Cádiz trajeron la libertad de prensa y surgieron decenas de periódicos de todos los colores: liberales, anticonstitucionalistas (por entonces se forjaba la ‘Pepa’) e incluso diarios afrancesados. Posteriores constituciones y nuevas libertades de prensa sólo trajeron más de lo mismo. Prensa partidaria y prensa detractora de la situación política que tocara. El periodo de la II República y la Guerra Civil, lógicamente, lo radicalizó todo y nadie hablaba de pluralismo ni objetividad. Al menos eran sinceros. Durante la transición hubo para todos los gustos, y ya en nuestro actual periodo de democracia la prensa se convirtió básicamente en una amalgama formada por cuatro grupos distintos y 300 cabeceras iguales.
Así que no hay cuentos que valgan. La historia del periodismo en este país es la que es, y aunque esté de moda presumir de objetividad, de independencia y de pluralidad, nadie se salva. La forma de escribir un titular, la posición en una página, una información que no se publica, una fuente que se omite… Siempre ha habido líneas editoriales que han ido más allá de los editoriales, e intereses económicos y políticos que están por encima de la objetividad, incluso sacrificando algo de ética, pero nunca la veracidad.
Sin embargo, esta situación está cambiando.
Un periódico es hoy como un árbitro de fútbol: su juicio contenta a unos lo mismo que irrita a los otros. El problema es precisamente que un medio de comunicación no debe ser juez de nada. El periodista debe contar lo que ocurre, después de informarse por sí mismo y contrastar la información consultando todas las fuentes. No emite ningún juicio, sólo informa. La profesión se pervierte en el momento en que el medio cruza la línea de la información y la convierte en opinión, y además la manipula y la falsea. Lo peor de todo es que este tipo de medios se está multiplicando, como la mala hierba.
Tampoco sería mayor problema (salvo para los imbéciles que deciden leer sólo lo que les gusta leer, sea o no verdad) si no fuera porque esos medios no se financian gracias a una audiencia o unos anunciantes que los respaldan, sino porque una serie de políticos creen que es conveniente mantenerlos (a costa, por supuesto, del dinero de todos), desvirtuando/adulterando el mercado y acabando poco a poco con la credibilidad del periodismo y los periodistas.
¿Cómo acabará todo esto? Probablemente con el final de los medios de comunicación tal y como los conocemos. A la ‘crisis tecnológica’ se suma una crisis de credibilidad de considerables proporciones, una radicalización creciente y, como no podía ser menos, una economía totalmente hundida.
Del cambio tecnológico y económico se saldrá, de una forma u otra, muy cambiados. La radicalización de las posturas políticas terminará cuando se llene el bolsillo. Pero con el enorme problema de credibilidad del periodista será imposible acabar si no se propicia y se lleva a cabo una tarea de reflexión común por parte de los profesionales, porque somos nosotros los que perderemos, si no hemos perdido ya.
Totalmente de acuerdo, Paco.
También en lo de la crisis de credibilidad. Pero esto, por desgracia, no ocurre sólo con el periodismo. La publicidad también esta afectada por esta incredulidad del público: los anuncios de TV tienen un 15% de credibilidad. Y éstos son vistos por un número de personas cada vez menor: al zapping hay que sumarle el “interneting” (es decir, conectarse a Internet para comentar en Facebook o Twitter las últimas jugadas de tu serie favorita mientras dura el corte de publicidad).
Y ésto es fácilmente comprobable con los datos, tiempos y números de conexiones que se hacen a las redes sociales en momentos televisivos determinados (Tuenti hace públicos estos datos de vez en cuando, con los partidos del mundial, por ejemplo…) En fin, que debemos mejorar todos si queremos salir de esta crisis tan terrible: económica, tecnológica, de contenidos, de credibilidad…
Un saludo, Paco.
Es normal, Elena, porque los comunicadores están (estamos) trabajando desde un pedestal y, mucho peor, con una escasísima honradez y la ética bajo mínimos. El público, que no es tonto, lo sabe.