Cerró los ojos y lo deseó con todas sus fuerzas.
No le gustaba la soledad. Desde pequeño, su mente bullía entre monstruos de formas imposibles y fantasmas repugnantes o animales insaciables, entre sombras y siluetas transparentes, cuando se iba a la cama solo.
La puerta entreabiera del armario escondía a hombres rudos cargados con sacos de lona vieja y sucia, o entradas secretas a mundos de brujas.
Con el final de la niñez llegaron monstruos nuevos. Tras la ventana, flotaban niños de piel blanca y largos colmillos pidiendo paso. Tocaban los cristales con sus uñas amarillentas. Toc, toc, toc.
La silla ya no amontonaba ropa. Una anciana cubierta con un pañuelo negro se sentaba allí ahora, cosiendo mientras él procuraba dormir. Esperando a que abriera los ojos para pegarse a su cara y gritarle, enseñándole su rostro arrugado y feo. Regalándole su aliento fétido.
El perchero se desdibujaba formando espectros quietos y expectantes, brazos abajo, impasibles y pacientes. Otras veces, en el pasillo susurraban niñas, que correteaban en silencio proyectando sombras fugaces tras la puerta.
Y bajo su cama estaba Aquello, ansioso por atraparlo. Por capturarlo tirando de su mano o de un pie, si alguno abandonaba las comodidad del colchón. De sus tobillos, cuando se levantara para ir al baño. Si es que se atrevía.
Así habían sido sus noches de niño. Así fueron las del chico de después. Así las recordaba esa noche en la que volvió a estar solo por primera vez en muchos años. Lo hacía con una sonrisa en los labios, temerosamente racionalizada. “Qué tontería” -pensaba mientras seguía dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Escuchando atento cada golpe en el edificio, cada palabra pronunciada con voces afónicas. Ruido de ventanas que se abren y cortinas que se cierran. Pasos extraños. Susurros y siseos.
A menudo miraba de soslayo a la puerta. Asimilando que las sombras eran propias, que allí no había nada. Aún así, prefirió dar media vuelta, y mientras miraba hacia la ventana, cerrada a cal y canto, sintió el escalofrío inmediato de quien se sabe acompañado a pesar de estar solo. Y oyó respiraciones entrecortadas. Y notó cómo se hundía el colchón a su lado. Y percibió el brillo oscuro del acero.
Cerró los ojos y lo deseó con todas sus fuerzas: Ojalá sólo sea un fantasma.