Querido tordesillero:
Estarás conmigo en que a los pueblos se los conoce y etiqueta en el mundo entero, normalmente, por uno o dos detalles en los que destacan, sean estos buenos o malos, sin tener en cuenta ningún tipo de matiz. A nuestra España se la retrata a menudo con sombrerito cordobés o bata de cola. Al catalán, ya sabes: trabajador y roñoso. El madrileño es chulo, y el andaluz, grasioso y analfabeto. Tú eres un asesino.
Te lo has ganado, amigo. Cada vez que tu pueblo se levanta, tan valiente, a perseguir y torturar a un animal indefenso. Cada año que pasa sin que hagas nada por impedirlo, te haces más y mejor propietario de tal adjetivo:
a-se-si-no.
Yo incluso te pondría más: cobarde, por ejemplo. Eso que llamas ‘torneo’ no es más que una cacería desigual, en la que una multitud de los tuyos se abalanza, sedienta de sangre, descerebrada, contra un animal cuya única culpa es haber nacido con un par de cuernos que nada tienen que hacer contra vuestras decenas de lanzas y vuestros preciosos caballos. No seas iluso, ni mentiroso: vuestro ‘duelo’ no es más que una brutal tortura, un asesinato en masa. Vuestra lucha es sucia y falsa: no peleáis. Simplemente herís y mutiláis, hasta la muerte (la suya, claro), a un toro al que no le queda otra que huir y esconderse, aterrorizado. Morirse de miedo.
Diría que os comportáis como animales, pero sabes, como yo, que solo el hombre es capaz de hacer algo tan cruel como lo que hacéis vosotros, los hombres de Tordesillas. Lo llamáis ‘cultura’ y ‘tradición’, como lo llaman aquellos que apedrean a la adúltera, como decían quienes quemaban brujas en la hoguera. Te decía, al comienzo de esta carta, que a los pueblos se los conoce por detalles como estos. España, tu país y el mío, es especialmente famoso por tratar a los animales como a una mierda. Gracias, entre otros, a ti.
Verás, amigo tordesillero. Tengo un hijo. Es pequeño, tan solo 8 meses, así que por ahora puedo mantenerlo a salvo de gente como tú y los de tu pueblo. Habéis torturado y asesinado a Volante y él, afortunadamente, ni se ha enterado. Pero en unos años empezará a ver y oír cosas, me preguntará, y ten por seguro que se entristecerá cuando le cuente lo que hacéis. Me gustaría ahorrarle el trago, o como mucho explicarle que antes, en Tordesillas, lo hacíais, pero que un amigo, al que no le gustaba quedar como un asesino, fue valiente de verdad y pidió a sus paisanos que acabaran con aquello de una puta vez, que estaba harto de que el nombre de su tierra se relacionara siempre con la sangre, la cobardía y la crueldad. Que las tradiciones pueden acabarse, y que ésta, más que ninguna, tenía que desaparecer. Porque era la vergüenza de Tordesillas.
Y si no quieres hacerme ese favor, si prefieres seguir apalizando a los Volantes de los próximos años, déjame al menos desearte que, un día, alguien te capture y te suelte en medio de un prado. Que allí tengas que echar a correr mientras un buen montón de toros te empitonan, muy despacito, hasta que te desmembren. Y que al fin uno de ellos, un tipo llamado, por ejemplo, ‘el pulga’, te remate y encima quede como un héroe. El cabrón.
Yo, lo que digo es que mientras sigamos llamando fiesta, festejo o similar al canallesco placer de divertirse o divertir a costa del dolor de otro ser vivo seguiremos siendo unos prehomínidos. Ralea de mierda…