¿Se puede sacar algo en claro de las entradas anteriores de esta ‘hoja de ruta’? Sí, ya sé que me enrollo demasiado. Me han llovido las críticas. De modo que voy a tratar de resumir esquemáticamente en qué punto nos encontramos y cuáles son las perspectivas de futuro. A ver si, efectivamente, conseguimos sacar algunas conclusiones.
– Las redes sociales y, en general, el universo 2.0 han transformado la comunicación tal y como la conocíamos. Los canales de información han cambiado,y con ellos el flujo de la información. La cadena un emisor – múltiples receptores ha dado paso a un ciclo: múltiples emisores – múltiples receptores que alimentan la información y se convierten en nuevos emisores del mensaje.
– Los mass media, o medios de comunicación de masas (prensa, radio y televisión), siguen teniendo una importancia relevante. Sin embargo, cada vez cobran más valor los social media, o medios sociales: los nuevos medios de comunicación en los que la información fluye de forma circular, como expresaba arriba, y no de manera unidireccional. En esencia, se caracteriza por la participación activa de los receptores, que difunden y alimentan la información.
– Los medios tradicionales, y especialmente la prensa, son prácticamente insostenibles económicamente. El desolador panorama que ha dejado la crisis no ha sido sino la puntilla para un sector que estaba ya en peligro de muerte. La tesitura lleva muchos años aprovechándola la clase política, que a golpe de talonario (del erario público, of course) viene comprando la verdad -o más bien la mentira: “Si sacas esto no hago esta campaña contigo”, o “Saca esto y te coloco 100.000 euros en publicidad”. Cosas así.
– Como consecuencia de esta -creo- suicida actitud, y sin olvidar tampoco el marcado carácter partidista de muchos medios y de los propios periodistas (cada vez me asombra más la capacidad de simbiosis de los profesionales con el medio en que trabajan), el periodismo ha alcanzado un nivel de descrédito desconocido hasta ahora. La información periodística se pone en cuarentena per se, de forma que cualquier noticia tiene más valor para el público que aquella que proceda de los medios de comunicación.
– Al descrédito del periodismo se une su marcado y progresivo alejamiento de la realidad. El ciudadano entiende que los periódicos no cuentan lo que ocurre, sino aquello que los políticos o las instituciones les dicen que ocurre. No atienden a lo que les afecta de verdad, a sus inquietudes, a la realidad. La razón es que, debido a sus problemas económicos, los medios disponen de pocos profesionales, la mayoría mal pagados, de modo que el trabajo periodístico se limita prácticamente a la difusión de comunicados y a declaraciones en ruedas de prensa.
– Los social media son fáciles de usar y gratuitos. El acceso a las redes es prácticamente universal en el primer mundo. Conseguir una foto o un vídeo de cualquier acontecimiento es tan simple como apretar un botón. Solo hay que apretar otro para compartirlos con el mundo. La infraestructura para que cualquiera pueda informar es un hecho. El resto, animar a los ciudadanos a que lo hagan, lo han conseguido los propios medios con su actitud. Por eso surge el periodismo ciudadano.
– Los medios tradicionales deben ser conscientes de que esta situación es imparable. De nada sirve echarse las manos a la cabeza. Tan solo les queda cambiar, cambiar y cambiar, aportando aquello que solo pueden aportar los profesionales: calidad, investigación, profundidad y sobre todo veracidad.
El periodismo ciudadano es la natural consecuencia de toda esta situación, pero no creo que sea una alternativa, sino más bien un complemento.
– No lo ejercen profesionales de la información, lo que supone que el periodista ciudadano carece de la formación y experiencia necesarias para el ejercicio de un periodismo riguroso. No basta con buenas intenciones para ser un buen periodista.
– En muchísimos casos, el periodismo ciudadano se ejerce desde posiciones activistas, y por tanto tiene un carácter sesgado ‘en origen’. El informador no siente la obligación (tampoco se ha formado para ello, como decía antes) ni el interés por consultar todas las fuentes antes de comunicar. Esto propicia la aparición de noticias con información parcial, cada cual de su padre y de su madre, siempre según la perspectiva del periodista. Es una importante merma de la objetividad, por no mencionar el problema que supone la aparición de tantas noticias como versiones de un mismo hecho.
Así que, como en todo en la vida, cada uno tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, y, como en todo en la vida, probablemente en el término medio se encuentre la virtud. Sumar lo bueno, y solo lo bueno, de cada parte, no es inviable. Es lo que alguno, y yo mismo, ha llamado periodismo colectivo, donde el trabajo de los periodistas ciudadanos es supervisado por periodistas profesionales. En el periodismo colectivo, el diálogo y la compartición de conocimientos y datos enriquece y actualiza las noticias. El periodista profesional se convierte en una especie de tutor del periodista ciudadano, que también ejerce como una valiosa fuente de información. El objetivo de este trabajo conjunto es simple: velar por la máxima veracidad e interés real de la información. Enriquecer y revalorizar el periodismo como el mejor garante del derecho a la información.
¿Cómo conseguirlo? Son necesarios dos elementos: una plataforma adecuada, por un lado, y la garantía de que el sistema no se va a pervertir por intereses políticos y/o económicos que terminen corrompiendo la información. Dos conceptos sobre la mesa: tecnología y altruismo. ¿Es posible? Apuesto a que sí.