Periodismo, Periodismo colectivo

Periodismo ciudadano. Una hoja de ruta (II)

El mundo ha cambiado. Ya nadie lo duda. Los últimos acontecimientos en Egipto o Turquía han terminado dando las últimas vueltas de tuerca a la situación y todos somos conscientes de que la irrupción de las redes sociales en la vida cotidiana está propiciando ‘algo’, un cambio incierto pero que, seguro, será importante. Mejor: trascendental.

Si en el siglo veinte los medios de comunicación de masas (mass media) transformaron el concepto de vida y de sociedad existentes hasta entonces, el siglo XXI es ya el de los medios sociales (social media), que lo han revolucionado -y lo que queda- todo. Los smartphones, Facebook y Twitter son hoy al social media lo que fueron el televisor y la televisión para la comunicación de masas: un instrumento, un canal único con el que transmitir un mensaje a una cantidad ingente de personas anónimas. Sin embargo, las posiciones cambian radicalmente en las redes sociales. Ya no se trata de único emisor, y casi ni siquiera podemos hablar de receptores anónimos. En los social media hay miles de emisores que cumplen además la función de receptores. La comunicación se democratiza a la vez que se complican sus mecanismos tradicionales.

Pues bien: en esta tesitura, hay aún quien no se cree que el periodismo tal y como lo conocemos va a cambiar, y de forma radical. No se trata de una condición, sino de una obligación. O se producen movimientos a gran escala o el periodismo pasará a la historia. De poco sirve agarrarse al pasado cuando el futuro ya es parte del presente, y no hablo exclusivamente de los formatos. El debate va más allá de si suscripciones on line o no; si aplicación para dispositivos o no; si exclusivamente digital o web + papel; si este diseño o este otro; si podcasts o streaming… La clave de todo este cambio es el contenido, no el continente. La información, materia prima para el trabajo del periodista, fluye en el social media (con mayor o menor calidad), donde el receptor se convierte en re-emisor de la noticia después de alimentarla con más datos. Si se hace de forma consciente, con verdadera intención de informar, este ir y venir de mensajes no es sino periodismo. Solo que se le denomina ‘ciudadano’ porque no lo hacen periodistas.

¿Cuál es su papel, entonces? ¿Cuál es el futuro del periodista? No, no estamos en peligro de extinción: el periodista tendrá que seguir informando, aunque asumiendo que existe otra forma de hacerlo. Merced a una peligrosa tendencia hacia la conservación de su estatus a costa de todo, incluso de la propia esencia del periodismo, los medios de comunicación se han erigido, como decía, en uno de los poderes con los que hay que ser contestatarios, como consecuencia de su credibilidad cada vez más baja. Los intereses económicos y la ‘subvención’ permanente por gobiernos y partidos políticos, cada cual según su color, han propiciado un periodismo basado en la manipulación y, en algunos casos, en la mentira. Pero la información ya no es propiedad de nadie: se distribuye libremente en los social media. Los ciudadanos lo saben y actúan en consecuencia. La reacción de los medios tradicionales no debe hacerse esperar. El digno ejercicio de la actividad empresarial, o sea, ganar dinero, no debe estar reñido con la calidad ni mucho menos con la esencia del periodismo: la verdad. Un periodismo riguroso, objetivo, en profundidad, analítico. Un producto por el que se quiera pagar dinero (aunque también habrá quien quiera pagar por leer solo aquello que le agrade o que ridiculice al contrario, que de todo hay).

La noticia en sí misma no es ya propiedad del periodista ni del medio, no es rentable. De modo que solo caben nuevos caminos que pasen siempre por hacer una información tan buena que el lector esté dispuesto a pagarla. Estoy convencido de que llegará un día en que el periodismo ciudadano tome la alternativa como fuente de información primaria para un gran público que, como dije antes, alimentará las noticias con sus propios comentarios y aportaciones y profundizará en ellas, si quiere, pagando a los medios tradicionales y sus periodistas profesionales.

Sin embargo, ¿existe alguna garantía de objetividad o veracidad en este periodismo no profesional? ¿No se trata acaso de un periodismo con un marcado carácter activista? ¿No es peligroso que ejerzan esta labor ciudadanos sin la formación adecuada? Muchas preguntas y posiblemente pocas respuestas certeras. Trataré de ofreceros mi idea al respecto en la próxima entrega.

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