Podría escribir, como el poeta, los versos más tristes esta noche. Contaros, por ejemplo, cómo de grande es el dolor que siento desde esta tarde, o explicaros el infinito vacío que ha dejado en cada rincón de casa y en mi alma. Puedo describiros mi sensación de impotencia por no poder acariciarla de nuevo, por no poder tocarla ni olerla. Por no sentir su suave patita sobre mi cara.
Solo recuerdo un día más triste que el de hoy, pero esta noche quiero dejar la puerta abierta a la esperanza, la misma que nos ha mantenido, tenaces, luchando hasta el final. A ella, tan fuerte pese a su pequeño tamaño; y a nosotros, tan ingenuos. Así que no pretendo que este texto sea triste. Hoy solo quiero recordarla.
Es cierto que guardaré un recuerdo suyo de por vida, en forma de cicatriz en la nariz. Aquel fue el primero de muchos mordiscos, pero me marcó, casualidad o no, en el mismo sitio en que ella misma se marcó cuando, casi recién nacida, tomaba ansiosa uno de sus biberones. Otros recuerdos, la mayoría, no pueden tocarse ni verse, sino sentirse, y así, como sentimientos, trataré de retenerlos en mi memoria.
Sentir su pequeña presencia en cada rincón. Su mirada felina, atrevida y descarada. Escuchar de alguna forma su maullido, dulce. Quiero sentir su cuerpo rodeando mis piernas. Su cabecita golpeando mis gemelos. Su pelo, suave y brillante. Quisiera saber que duerme a mi lado, o que vigila mis pasos a la espera de un rato de juego, mientras se agacha, sigilosa, buscándolo.
Se ha ido. Pero esta noche debe ser la del recuerdo alegre. La de la esperanza de que ahora, en algún cielo gatuno, seguirá correteando y saltando, feliz mientras espera a que la recojamos.
Hasta entonces, Luna, seguirás ronroneando en mis sueños. Siempre.
Precioso.
Y dale un lametón de nuestra parte, Luna, a Biruta y a Flipy, seguro que andan peleándose por ahí.
Un beso, Mati.
Paco. Siéntate en el sillón de siempre – o en sofá- cierra los ojos de mirar y abre los ojos de sentir y llámala -como tu lo hicieras de a diario- pero llámala. Vendrá, Paco, ya verás como viene. Nada que se lleve dentro -en el apartado de correos del corazón- nada, absolutamente, muere si está dentro de nosotros. No hay terrible enfermedad. No hay pandemia. Dale de comer -en su platito, y que no le falte agua- y volverá, siempre, pase el tiempo que pase, no dejará de volver a tu llamada. Un abrazo grande. Para ti y para Inma y un besazo al tocayo.
¡Funciona, Pande, funciona! Un abrazo fuerte
podéis tener el corazón partío por lo que os toca pero la gran satisfacción de haberla tenido como una mas de la familia y haberle dado ese cariño y entrega que solo lo podrán entender los que tienen o han tenido animales ,ella siempre os lo agradecerá allá donde esté un BSAZO
Muchas gracias, Mónica.