Hay días en los que uno se levanta más receptivo. Diferente. Sensible. Días en los que uno descubre serendipias, o las alimenta. En los que cada momento es un guiño y el corazón, que va siempre por su lado sin importarle gran cosa lo que hagan las demás partes de tu cuerpo, te engaña con espejismos, manejando tu cabeza a su antojo como un ilusionista.
A veces, Jaime mira hacia un punto indeterminado de la habitación y sonríe. Nunca pasa nada, pero ayer fue distinto. Fue uno de esos días, y su gesto, esta vez, me estiró la piel y humedeció mis ojos. Por un momento, sentí a mi lado a mi padre haciéndole carantoñas, llamando la atención de su nieto porque él sí puede verle. Tan solo fue un momento. Luego, como un ruidoso taladro en mitad de la noche, llegó de nuevo la realidad, tan terca y tan sosa.