El problema de vivir en el culo del mundo es creérselo.
En Huelva pasa eso: Nos lo dicen desde pequeños y terminamos asumiéndolo. Día tras día repitiendo lo mismo, la mentira termina calando en el subconsciente colectivo como una gran verdad. Y, claro, con el paso de los años, esta idea grabada a fuego termina teniendo consecuencias. Huelva se cree el culo del mundo, y se avergüenza por ello.
No es la indolencia, ni mucho menos la envidia, ni la dejadez: el problema de Huelva es su timidez. Si Huelva fuera un alumno, sería ese que nunca levanta la mano en clase. Si es afición de fútbol, es la que permanece quieta mirando el partido, la que lanza el cántico ‘con la boca chica’ mientras mira a su alrededor. Si es público en un concierto, le cuesta levantarse a bailar. Si es ofendida, se enoja pero calla. Si es atacada, espera siempre un poco más. Pero todo es por timidez, porque desde pequeña le han dicho que no es nada, y cuando alguien es nada, qué quieren que les diga: cuesta hablar (para qué, si no eres nada).
Sin embargo, en contadas ocasiones han conseguido sacarla de sus casillas, y ahí sí sabe Huelva dar el do de pecho. Nunca nadie debe dejarse pisar hasta la asfixia. Y es que Huelva tiene su orgullo, porque a pesar del lavado general del cerebro colectivo, los onubenses saben, en algún escondite de su masa gris, que no hay razón, ninguna, para sentirse acomplejados.
No somos el culo del mundo, ni siquiera el de España. Ni mucho menos el de Andalucía. El paso de los años y de las nuevas generaciones acabará sacando, estoy convencido, poco a poco esta falsa idea. Mientras tanto, en vez de sentarnos a esperar, ¿qué tal si vamos desperezándonos?
Y si ya estamos despiertos, despertemos a los demás, que ya es hora.