Esta mañana he mantenido una breve e interesante charla con un periodista de la ‘vieja escuela’. Me decía que la nota de corte para la Facultad de Comunicación en la Universidad de Sevilla había bajado de forma casi continuada en los últimos años, con una considerable caída el pasado curso. Es normal. Siempre hay tiempo para estudiar ‘pa pobre’.
Que el periodista es probablemente el titulado universitario peor pagado no es una novedad. Pero este post me abrió los ojos al respecto hace unos meses.
En enfoque meramente económico, ganar mucho o poco depende en nada de lo que se estudie. Cristiano Ronaldo cobra más que yo, y sin embargo (no lo sé con certeza, pero digamos que ‘lo intuyo’) es posible que haya estudiado bastante menos. Quien gana es quien hace ganar. Tanto generas, tanto ganas. Y cualquier cosa que se aleje de esta premisa es un problema para cualquier empresa.
Sin embargo, quizás deberíamos pararnos, nosotros, los periodistas, a reflexionar sobre si realmente merecemos ganar más, al margen del concepto puramente empresarial que he tratado arriba. Hablo del trabajo del periodista en sí mismo, de lo que hace, del valor social de lo que genera. Porque, seamos sinceros, nos estamos convirtiendo en simples voceros con cierta capacidad para escribir bien, y eso cuando lo hacemos.
Estas son algunas noticias de hoy:
http://bit.ly/d8PAQ1
http://bit.ly/a4Vs2a
http://bit.ly/9JAiWt
Creedme. No me he parado a buscar. Es así de triste. El periodismo, hoy, se limita a transcribir comunicados, resumir ruedas de prensa y, rara vez, crear contenido propio. A veces, un periodista avispado logra darle la vuelta a una nota de prensa y la convierte en un titular más o menos interesante, pero poco más. Sigue siendo lo mismo: decimos, algunos mejor que otros (otro día hablaremos de la ortografía) lo que nos dicen que digamos. El periodista no es más que un vocero con carrera y buena pluma.
Por eso nadie compra periódicos. Por eso cobramos lo que nos merecemos.
