Se sabe que vino desde Egipto, aunque nadie conoce como llegó. Yo sí.
Al menos en su periplo español, el picudo rojo vino a Huelva en AVE, claro que antes se topó con que el camino se acababa en Sevilla. Un año antes había leído esto y pensó que a estas alturas bastaría con un billete para llegar desde Madrid. Aún así, alcanzó tierras españolas y pudo leer esto otro, que era lo mismo, pero un año después, y se preguntó: “Dios mío, dónde me he metido”. Total, que vino a parar a Huelva, para comerse palmeras, con más hambre que Carpanta y mucho tino, porque sin quererlo terminó siendo el protagonista de la vida política de la ciudad.
Uno se pregunta si de verdad los políticos asimilan lo que dicen, o sólo sueltan cosas por la boca, que ni ellos escuchan, como los teleoperadores de las compañías telefónicas. Esto viene a cuento del último estudio mega-sociopolítico-de-los-que-nos-dicen-cómo-somos, que viene a insinuar que los jóvenes pasan de la política más que de sus padres, que los políticos tienen menos credibilidad que un billete de 30 euros. Ellos se lamentan, hacen como que se entristecen mucho, simulan que quieren cambiar las cosas… y luego siguen como siempre.
Empieza la precampaña en Huelva. El PSOE concentra su actividad política en el gran proyecto de exterminación del picudo rojo y la enésima llegada del AVE. Ellos lo harán mejor que Perico, dicen, que es el culpable de todo. Aseguran que, gracias a ellos, llegará a Huelva la alta velocidad. Para eso construyen antes la estación que la vía, y así hacen la puñeta al alcalde merced al retraso con las expropiaciones de Las Metas. Mientras tanto, anuncian (el picudo lo leyó, lo tenéis ahí arriba) lo mismo que hace un año, y aquel año anunciaron lo mismo que el año anterior. Y el personal, que no se chupa el dedo (excepción hecha de los habituales ‘apasionados’ políticos, que son ciegos y sordos, aunque no mudos) se pregunta si los gilipollas son ellos mismos o los que los toman por tales.
Por su parte, el picudo, en su mundo palmeril, observa cómo su careto sale cada día en los periódicos. Está acostumbrado a eso, porque lo ha hecho ya en muchas ciudades, pero nunca se ha visto tan amenazado. Resulta que, al parecer, el picudo rojo, que se ha cargado las palmeras de media España, ha encontrado al fin a su mejor oponente en el PSOE de Huelva. Como lo oyen. El picudo se asusta, lógico, y se pregunta qué tipo de arma mortífera utilizan los socialistas onubenses para que no haya nadie de su especie en La Rábida. Más le asombra, sin embargo, por qué no se la pasan al alcalde para que haga lo propio.
Perico sigue en su nube de onubensismo. Siempre le dio buen resultado, incluso consiguió, merced a este concepto tan suyo, despertar a parte de una sociedad que estaba dormida y que se desarrollara cierto concepto de amor propio en los onubenses. A golpe de fandango, Cinta y Conquero. A golpe de cofradía y patrón. A golpe de populismo, Perico pretende satisfacer las necesidades de una Huelva insatisfecha, inquieta y en paro. Su proyecto precampañeril va de corazones y banderas blanquiazules, mientras olvida a los proveedores arruinados o a las fábricas cerradas.
Así, el picudo se pregunta cómo una ciudad puede aguantar tanto cuento sin rebelarse. Y yo, que no conozco al picudo, coincido con él. Huelva está abandonada a su suerte, lo que hay que agradecer a una clase política que no ve más allá de sus propias (y enormes) narices partidistas. El picudo se asombra, yo también, de que ninguno de los previsibles alcaldes, Perico y Petro (esto me recuerda a algún cómic) hayan insinuado lo más mínimo sobre cómo hacer que Huelva salga de la enorme depresión económica que sufre. Es posible hacer algo nuevo en nuestra ciudad. Hay personas y conocimiento suficientes, hay tecnología, investigación, posibilidades… Pero no hay propuestas, no hay proyecto… No hay ideas. Y sin ideas, amigos, ¿para qué sirve un político?